VIRNA Y ERNESTO / CINE

VENCEDORES O VENCIDOS
A propósito de Culloden, de Peter Watkins.
Por Dolores Acebal




La utilización reiterada de primerísimos planos de actores mirando y hablando a cámara se ha convertido en uno de los rasgos característicos del cine de Peter Watkins. En Culloden (1964), la radicalidad de dicha propuesta deriva tanto de la profusión con la que se utiliza, como del contexto histórico al que se aplica. Casi un ochenta por ciento del metraje de este docudrama de reconstrucción histórica está compuesto por encuadres que escrutan al milímetro el rostro de sus protagonistas. Con ello se consigue otorgar a la escenificación de un conflicto bélico del siglo XVIII, un tono de cercanía e inmediatez propio de una retransmisión periodística, a la vez que se resalta la vertiente más humana y personal del drama. Toda una declaración de principios ético-estéticos, sin duda. Sobre todo si tenemos en cuenta los paralelismos que se establecieron entre estas imágenes y las que por esas fechas circulaban en los noticiarios de la guerra de Vietnam.

Pero, a mi modo de ver, es en otra serie de planos, en este caso generales y en ligero contrapicado, donde mejor se ejemplifica la dimensión política de la puesta en escena del film.

Watkins ha dedicado toda su filmografía a rescatar del olvido a los marginados de esa gran Historia que nos brindan los manuales. Y en Culloden rinde su personal tributo al maltrecho y minoritario ejército jacobita de las Highlands escocesas (defensores de la restauración de los Estuardo en el trono de Gran Bretaña), que el 16 de abril de 1746 fue brutalmente masacrado por las tropas británicas del duque del Cumberland (en representación de la Casa Hannover).

El género documental, tan ligado desde sus inicios a la representación de las minorías y de las clases subalternas, siempre ha tenido que lidiar con los riesgos de caer en enfoques paternalistas o folcloristas reproductores de las relaciones de poder que pretende denunciar.
Una manera honesta de acercarse a las circunstancias de las víctimas con la menor de las ambigüedades posibles, consiste en intentar percibir el mundo a través de su mirada. Y es así como Watkins se posiciona estructurando una serie de encuadres mediante los cuales acompañamos a los caídos en sus momentos de agonía.

El primer plano de la película es un plano fijo, tomado a ras de suelo, que nos presenta a los soldados del ejercito británico avanzando con paso firme desde la lejanía hasta invadir por completo la escena, mientras una voz en off nos informa de los acontecimientos históricos que vamos a presenciar.

A partir de la segunda mitad del film, cuando el ejército jacobita ya ha sido derrotado por el británico, estos encuadres iniciales empiezan a repetirse con mayor asiduidad activando así toda su significación. Los soldados gaélicos yacen agonizantes en el páramo de Culloden junto a los cadáveres de sus compatriotas. Watkins compone entonces un plano en contrapicado que nos postra a nosotros también junto a las victimas. Semiocultos entre los arbustos, asistimos a su sufrimiento y presenciamos una escena que nos resulta familiar: por la línea del horizonte se acercan nuevamente amenazantes las tropas enemigas.

En los días siguientes a la batalla, los vencedores se dedican a exterminar con sadismo a los maltrechos supervivientes de la matanza y a sus familias. Los soldados británicos recorren nuevamente los páramos en busca de moribundos a los que rematar. Y el director sitúa otra vez su cámara entre la maleza para hacernos testigos preferentes de esa crueldad.

Pero, por si aún albergábamos alguna duda respecto a nuestro punto de vista, Watkins saca partido de la gramática fílmica más primitiva y antepone, al ya reiterado enfoque a vista de gusano, un plano del rostro ensangrentado de uno de los heridos, que observa atemorizado la escena, y a quien acompañaremos hasta el mismísimo momento de su ejecución.

Como señala Angel Quintana: “Peter Watkins siempre ha tenido una conciencia clara de que lo político no sólo afecta al contenido, ya que el cine auténticamente político es aquel que no cesa de preocuparse por la forma, por articular una mirada moral en torno a los procesos de representación”.

Es cierto que Watkins ha querido distanciarse de lo que él considera la iconoclasia goddariana. Pero si para Godard un travelling era una cuestión moral, pocos travellings tan intensamente morales como los de inicio y cierre de Culloden, recorriendo los rostros de los vencidos.
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Angel Quintana (ed.): Peter Watkins. Historia de una resistencia: Festival Internacional de Cine de Gijón, 2004, p. 26.

Por Dolores Acebal