VIRNA
Y ERNESTO / CINE
NEORREALISMO
Y NUEVO CIN LATINOAMERICANO:
LA HERENCIA, LAS COINCIDENCIAS Y LAS DIFERENCIAS
Por Jorge Sanjines
Como
se sabe, la categoría “nuevo cine” calificó,
a toda una serie de cinematografías que por los años sesenta
empezaron a presentar aires de renovación, como por ejemplo el
Nuevo Cine Alemán, la Nouvelle Vague francesa o el Cinema Novo
de Brasil. Surgen, por esos años, corrientes contestatarias al
cine industrial y comercial que interpelan a Hollywood y a su decadente
producción, entrampada en anquilosadas fórmulas narrativas,
ridículos códigos complacientes con el “american way
of live” y a sus objetivos estrictamente mercantilistas. Ocurría,
en esa época, que prácticamente todas las industrias cinematográficas
del occidente se encontraban completamente dominadas por esa visión
desoladora, entonces surgieron nuevos ánimos de devolverle al cine
su sentido constituyente y las posibilidades de volver a ser espejo de
las sociedades y lugar de reflexión de ellas sobre sí mismas,
como en su momento lo había sido el cine del Neorrealismo en Italia.
Ese sentido constituyente con el que el arte plasma su propia sociedad
en términos de tiempo, espacio y carácter, hizo de la corriente
renovadora del Neorrealismo , el fenómeno cultural más destacado,
profundo e importante de la Europa Occidental de su época, aproximadamente
entre 1945 y 1965.
Inmediatamente concluida la Segunda Guerra Mundial, filmada entre los
escombros y las heridas aún no cicatrizadas, aparecen las dos grandes
películas de Roberto Rosellini, Roma ciudad abierta y Paisa sobrecogedores
reclamos contra la guerra, homenajes vibrantes al pueblo resistente y
denuncias contra los ocupantes y los militares traidores. Pronto llegarán
Ladrón de bicicletas, Humberto D de Vittorio de Sica y su particularmente
destacable Milagro en Milánleyenda maravillosa sobre la solidaridad
humana. Todas ellas son obras que sientan las bases de un verdadero nuevo
cine en el que se embarca una pléyade de lúcidos y talentosos
realizadores como Luchino Visconti con La tierra tiembla, sobre la lucha
y sufrimientos de una familia de pescadores y su “toma de conciencia”.
De Santis con Arroz amargosobre la vida y duro trabajo de las obreras
de los grandes arrozales. Germi impresiona con su magnífica En
nombre de la Ley; Lattuada con El Molino del Posobre la lucha de las tierras.
Son películas que van materializando todo un nuevo proyecto cinematográfico,
una nueva manera de hacer cine, una sorprendente manera de filmar y con
varias otras obras – que por razones de espacio no cito –
conforman lo que me parece la etapa revolucionaria del Neorrealismo .
Ese nuevo cine de la Italia doliente y maltrecha de la postguerra, con
sus millones de desocupados, su miseria y su hambre, hace películas
rompiendo esquemas, tradiciones y sistemas productivos: busca a sus actores
entre la gente de las calles, les propone los diálogos y deja que
ellos mismos corrijan o inventen sus parlamentos, se aleja de los viejos
estudios, de los vestuarios, de las grandes escenografías y filma
en los suburbios y las viviendas humildes, se identifica con el drama
de los jubilados olvidados, de los pescadores explotados y el pueblo oprimido.
Más tarde vendrán nuevos realizadores, obras más
sofisticadas, se volverá al star system y a rodar en estudios ,
pero se conservará la impronta de un cine profundo, volcado a lo
humano, al drama social colectivo y al drama individual existencial también,
pero con un espíritu creativo, indagativo y cuestionador, innegable.
Los herederos de esa primera carga, que participaron también en
los primeros equipos como asistentes, el caso de Fellini, por ejemplo,
crearán, a su vez, un cine italiano prodigioso. Talentos como Antonioni
y Fellini, dejarán obras magistrales como La aventura, El desierto
rojodel primero o La calle , La dulce vida, Ocho y medioentre otras, del
segundo.
Ese extraordinario movimiento cinematográfico que generó
Italia, en su primera y segunda fases, aportó al cine mundial,
tal vez más que ningún otro. Es indudable que el Nuevo Cine
Latinoamericano recibió una fuerte herencia del Neorrealismo. Esa
herencia, a nuestro entender prendió con fuerza en los cineastas
latinoamericanos no solamente por su magnitud intrínseca, por su
propia fuerza y magia, sino también porque algunas coincidencias
históricas y sociales habían creado el caldo de cultivo
adecuado. Ambas cinematografías nacieron como producto de una grave
crisis social-histórica. El Neorrealismo como un nuevo cine de
denuncia de la situación social en la Italia de la postguerra y
el Nuevo Cine Latinoamericano como un nuevo cine de denuncia de la situación
social, económica, política y cultural en una Latinoamérica
dominada y castigada por las oligarquías y militarismos dependientes
del Imperio. Surge, puede decirse, como un movimiento generado muy poco
tiempo después del triunfo de la Revolución Cubana y eclosiona
inmediatamente después de la muerte del Ché. Son históricos
y conocidos los numerosos manifiestos emitidos en encuentros y festivales
haciendo énfasis en la situación de crisis de nuestros países,
los atropellos a los derechos humanos y la responsabilidad del imperialismo
norteamericano en toda esa situación. Coinciden prácticamente
todos los jóvenes cineastas latinoamericanos en esa angustia revolucionaria,
podríamos llamarla así, que los une solidariamente. Están
juntos los que vienen de países aún sojuzgados como aquellos
que ya viven en un país liberado del Imperio. Aunque los cineastas
cubanos ya no deben luchar por liberar su país, se unen solidariamente
y muchas veces encabezan la protesta, con sus escritos y textos y con
su propia obra cinematográfica. Zavattini llega a Cuba cuando está
comenzando a desarrollarse el cine cubano, algunos de los principales
cineastas de Cuba han estudiado en Italia y las herencias y coincidencias,
entre las dos cinematografías, vuelven a hacerse patentes porque
son muchos los puntos de vista que las une, tal vez la más grande,
sea la mirada por un cine humano.
Creo que las penurias económicas, principalmente en los muy primeros
años del Neorrealismo, porque su enorme impacto en el público
del mundo lo liberan de ese problema, unen los mismos afanes creadores
y crean iguales condiciones productivas, que, a su vez, sirven para reinventar
las formas narrativas adecuadas a las posibilidades económicas.
Sin embargo, en el Nuevo Cine Latinoamericano, que no logra presencia
en la distribución cinematográfica mundial, como muy pronto
lo hace el Neorrealismo, esa limitante ha de contraer mucho capacidad
cuantitativa de producción y, por otra parte, va a generar también,
nuevas búsquedas, nuevos lenguajes para nuevos públicos
y una cierta vanagloria de no ceder al facilismo de las exigencias del
cine comercial. Muchos cineastas latinoamericanos producen una obra sin
pensar en el mercado y esta alternativa riesgosa les da también
independencia a su creatividad. Sin embargo, es verdad que algunas veces
las producciones adquieren real carácter de “harakiris”
porque para hacer una película el cineasta ha vendido o empeñado
su casa, ha contraído una pesada deuda, ha perdido la seguridad
familiar y no sabe ya si podrá volver a hacer una nueva película.
Es evidente que las condiciones de producción de una película
eran diferentes en Latinoamérica y variaban de un país a
otro. No era lo mismo filmar en la Argentina que en el Perú. Enviar
los negativos originales de una obra a revelarse y copiarse en otro país,
porque en el propio no existían y nunca existieron laboratorios
cinematográficos, no pocas veces ha sido desastroso. Esos originales
a veces no llegaron nunca a su destino o fueron extraviados al regreso,
se copiaron parcialmente y obligaron a repetir un rodaje de una o más
escenas que estaban en los originales, o se tenía que pagar impuestos
al internar las copias de una película nacional. Cosas como esa.
Lo mismo con los equipos que había que internar temporalmente,
porque no había industria del cine ni casa que los alquile. Con
todo, hacer una película como La Hora de los hornosen la Argentina
de esos años, con industria y todo, no era tarea sencilla ni aconsejable.
Paisa la gran película de Rosellini, filmada en 1946, fue la que
más costo tuvo de todas las producidas en esos años: un
presupuesto fuerte la respaldó. Y tal vez, no lo sé bien,
los mecanismos de distribución exterior italianos, ya estaban bien
montados, por una parte, y por otra, los monopolios de la distribución
de los americanos todavía no estaban tan organizados y todo esto
permitió que, desde las primeras películas del movimiento
neorrealista, se diera la posibilidad de llegar al público masivo
del mundo. Yo vi Milagro en Milánsiendo un adolescente y tanto
en La Paz como en Lima, se podían ver, esos años, hablo
de 1955 a 1965, las grandes películas del cine europeo. ¡Todavía
los americanos no habían llegado monopolizando, en esos gloriosos
años! Por cierto que todavía se podía gozar de un
buen western gringo o admirar a un Hitchcock trabajando en Hollywood y
es que el “cine chatarra” no era la norma ni el único
en nuestras pantallas.
Esa capacidad de distribución y exhibición del cine italiano
puede situarse como una fuerte diferencia. Las salas del mundo estaban
abiertas para ellos y los propios americanos se sentían celosos
y preocupados por ese auge de grandes directores, divos y divas que cosechaban
la admiración y adherencia de todo el mundo, aunque el grueso de
la distribución mundial estaba en manos de los mismos americanos.
Para el Nuevo Cine Latinoamericano, los problemas de distribución
y difusión, no se limitaban a la dificultad de entrar en los circuitos
comerciales del mundo, sino que existían otros problemas graves
que condicionaron mucho su difusión. La censura política,
el boicot y desinterés de los exhibidores y la cerradura de las
distribuidoras gringas a nuestro cine y la directa ingerencia de sus embajadas
que presionaban para impedir medidas de apoyo y protección al cine
nacional, como es el caso conocido en Colombia, durante la presidencia
de Alfonso López, fueron factores determinantes que limitaron la
difusión del Nuevo Cine Latinoamericano. Debe decirse también
que el propio condicionamiento del público, en la mayoría
de nuestros países, al tipo de cine comercial, desalentaba la asistencia
masiva, acostumbrada a los códigos narrativos gringos con su sempiterno
maniqueísmo y sus finales felices.
En el Nuevo Cine Latinoamericano se da un afán de pertenencia a
su propia cultura. Se busca un lenguaje de imágenes que tenga que
ver con la propia identidad cultural. Son muchos los cineastas que no
buscan formar narrativas sorprendentes o innovadoras para destacarse,
por capricho o vanidad chauvinista, sino que pugnan por la pertenencia
y la profundidad, aún a riesgo de perder el contacto masivo de
su público. Miran su oficio de cineastas como oficio de artistas,
de creadores, en ese camino constituyente al que nos referimos al inicio.
Se hacía verdad en ellos aquella frase de Godard: “Un movimiento
de cámara no es una cuestión de técnica sino un asunto
de moral”.
Ha ocurrido que muchas películas, no obstante la importancia social
de sus temáticas, las sanas intenciones críticas y autocríticas,
fallaban en su cometido de ser populares. Porque la búsqueda de
un cine popular era el gran desafío. Yo creo que en no pocos casos,
el exceso de intelectualismo, el propio desenfado creativo, conspiraron
contra ese proyecto. Cineastas fervorosos que no midieron, adecuadamente,
el equilibrio de la fascinación, indispensable recurso, para ganar
la atención capturada del espectador.
Factor importante para el éxito con el público, no obstante
los condicionamientos a los códigos narrativos convencionales comerciales,
ha sido, sin lugar a dudas en otros muchos casos, la madurez política
y cultural de los espectadores que descubrieron en ese nuevo cine un lugar
para mirar su propia realidad, un espacio para repensarla. Mujeres del
pueblo que llevaban a sus pequeños hijos para que “aprendan”
su país; inquietos profesores que reclamaban la asistencia de su
alumnado; multitudes que reclamaban contra la censura, pintaban el nombre
de la película nacional en las paredes de la ciudad y conseguían
el levantamiento de la prohibición; gentes del pueblo que buscaban
al cineasta para ofrecerle ayuda, alguna vez llevando una carga de papas
para contribuir a la producción; pobladores que se identificaban
con el tema y el propósito de la obra y que se arriesgaban junto
a los cineastas y lo más sorprendente: masiva asistencia que hicieron
de varias películas del Nuevo Cine Latinoamericano, éxitos
de taquilla más altos que los de los grandes estrenos del cine
gringo.
Si bien, los caldos de cultivo creativo, en el caso de las cinematografías
del Neorrealismo y del Nuevo Cine Latinoamericano, fueron muy similares,
crisis históricas, crisis social y económicas, contestación
al estado de cosas en las respectivas sociedades, las diferencias son
también palpables y pienso que podrían sintetizarse en las
palabras IDENTIDAD y MILITANCIA. En Italia la noción de identidad
cultural y nacional estaba sostenida por la memoria orgullosa de un inmenso
y prodigioso pasado histórico y cultural. Todos los caminos conducían
a Roma pero ningún camino tenía un destino cierto en la
Latinoamérica de esos años. ¿Lo tiene hoy?
Glauber Rocha es a mi juicio, el cineasta latinoamericano más angustiado
por el tema y la problemática de la identidad. Toda su gran obra
es un enorme canto a la fuerza de la identidad cultural como el principal
bastión para construir la resistencia a la penetración cultural
propugnada por el capital foráneo y el imperialismo. Dios y el
diablo en la tierra del sol, Tierra en trance y Antonio de las Muertesson
grandes convocatorias poéticas a la asunción de una identidad
cultural en peligro.
El cine boliviano, en su mayor parte, ha sido un cine de mirada volcada
al embrujo y las claves de sus culturas indígenas y su trayectoria
es una constante pregunta sobre las posibilidades de construir una nueva
sociedad impregnada de la sabiduría nativa para mirar la vida con
ojos más profundos. Desde Wara Warade Velasco Maidana, filmada
en 1929 a películas muy recientes, el tema de la identidad cultural
ha estado presente. Y con esa preocupación surgió muy pronto
la idea de un nuevo lenguaje, de un lenguaje cinematográfico propio,
de una narrativa ya no europea-americana o hollywoodense, sino una narrativa
propia que tenía que ver con nuestra mentalidad, que conjugara
los ritmos internos de la espiritualidad nacional, que se construyera
ya no sobre los pilares del individualismo helénico, judeocristiano,
sino sobre la cosmovisión de las mayorías morenas del país
que entienden al tiempo como un viaje circular, como un eterno regreso
de todo.
Pienso que aún en aquellos países latinoamericanos de preponderante
cultura europea, la necesidad de percibir ecos propios, miradas y latidos
que respondieran al carácter particular de esos pueblos, que surgieran
de la propia experiencia histórica, de las maneras de ser, hablar,
vivir o morir, pugnó por marcar un propio estilo, una propia manera
de narrar o de mirar el mundo y las cosas de su propio mundo. Tango, el
exilio de Gardelde Pino Solanas, es eso, con todo su bagaje europeo.
Pero existe aún otro carácter que diferencia una corriente
de la otra y éste es el carácter militante del Nuevo Cine
Latinoamericano. Este surge de una cinematografía contestataria,
que se hace para subvertir una realidad social intolerable, que se enfrenta,
en muchos casos con el aparato poderoso del estado, que denuncia las atrocidades
dictatoriales, que registra la memoria de sucesos que se pretende esconder
u olvidar, que se juega la vida a veces para proyectar sus imágenes
y que está muy lejos de buscar dinero, fama y glamour. Un cine
como Tire Dié y Los Inundadosde Fernando Birri hablará de
una Argentina distinta, escondida, que no está en los cristales
y rascacielos de Buenos Aires. El cubano Santiago Alvarez nos estremecerá
con la violencia descargada contra el pueblo que reclama en Now; Mario
Handler nos hará conocer la represión desatada contra la
juventud insurgente en sus intensos cortometrajes; Rio, Cuarenta Grados
o Vidas Secasdel Nelson Pereira dos Santos, con impresionante talento
y dolor nos llevará a sentir la miseria de unos personajes que
amaremos y para los que está prohibida la esperanza. Los Fusilesde
Ruy Guerra, Coronel Delmiro Gouveiade Geraldo Sarno, El Chacal de Nahueltorode
Miguel Littín, Memorias del Subdesarrollode Tomás Gutiérrez
Alea, Tercer Mundo, Tercera Guerra Mundial de Julio García Espinosa,
La Batalla de Chilede Patricio Guzmán y tantas otras notables películas
latinoamericanas, son el admirable empeño de militar en la causa
de sus propios pueblos, son la búsqueda y el compromiso, son el
nuevo cine que acompaña e ilumina una lucha de liberación.
Para la inmensa mayoría de estos cineastas fue muy difícil
hacer ese cine, descarriado de los modelos comerciales, apartado de las
fórmulas de éxito, contrario a los intereses mercantiles,
contrapuesto a las concepciones pragmáticas y conformistas de la
época. Son obras de cineastas con una visión de izquierda,
con evidente pertenencia a la ansiedad de querer otra sociedad más
justa.
Creo que varios realizadores italianos del Neorrealismo se sintieron a
su vez, comprometidos con la causa de su pueblo, tal vez la mayoría
y fueron portavoces del mismo sentimiento de compromiso, de militancia
política en la Italia de aquellos primeros años de la postguerra,
pero ese gran país ya estaba libre del fascismo, de la ocupación
y el horror nazi y las anchas avenidas quedaban libres para construir
otra sociedad, habían conquistado espacios seguros para exhibir
sus obras, eran vistos y comprendidos en el mundo entero, hacían
un cine que circulaba, que se demandaba porque tenían acceso a
los circuitos.
En Latinoamérica, se perseguía a los cineastas contestatarios,
se los buscaba para exiliarlos, para encarcelarlos, para torturarlos,
para matarlos. Dictaduras latinoamericanas, con policías y militares
entrenados en escuelas norteamericanas, asesoradas por agentes gringos,
se ocupaban de impedir que ese cine revolucionario se difundiera, que
esos cineastas proliferasen, que esas películas se comentaran,
que esos materiales se pudieran procesar. Son conocidas las peripecias
y sufrimientos – incluido el asesinato de un camarógrafo
– de los realizadores de La Batalla de Chile, es conocido el secuestro
y desaparición del cineasta argentino Raymundo Gleizer.
Asistir a un Festival del Nuevo Cine Latinoamericano significaba, de muchas
maneras, militar en una causa social y política. No consistía
solamente en ir a ver las nuevas películas, en mostrar la propia
película, sino en encontrarse con los compañeros cineastas
latinoamericanos, hermanos de una misma ideología. Con ellos se
firmaban valientes declaraciones, denuncias, manifiestos y se participaba
de verdaderos actos políticos. Ese carácter verdaderamente
militante, nos diferenciaba de todos los movimientos y corrientes cinematográficas
en el mundo entero. Tal vez lo que nos unía muchísimo era
la conciencia clara de estar enfrentados en nuestros respectivos países
a la abusiva y criminal política del imperialismo norteamericano.
Julio García Espinosa, en un breve escrito titulado Cine y Revolución,
decía: “Un cineasta moderno, en el mismo momento que descubre
sus grandes posibilidades como artista, también se descubre como
militante, a todos los niveles de la vida. Se puede decir: no le basta
liberar su arte; también tiene necesidad de liberar su vida. La
impaciencia revolucionaria, en él, será total o no será
siquiera cinematográfica”.
Son incontables los textos escritos en esos años bullentes, en
los que un nuevo movimiento cultural cinematográfico, entrañablemente
vinculado al interés histórico de las masas oprimidas, expresaba
ardientemente su visión y su compromiso. Se tenía absoluta
certeza del peso político cultural del cine como instrumento liberador,
concientizador y participante del proceso revolucionario que ya había
liberado a Cuba y que, sin más demora, debía liberar al
resto de nuestros países latinoamericanos.
Más aún, ese cine militante era un cine de confrontación
directa, en muchos casos, no sólo ideológicamente, sino
estratégicamente. Si se presentaba una película en un festival
internacional, buscar el premio era lo de menos, lo que se quería
era el foro, el podio, la tribuna, para denunciar las agresiones contra
nuestros pueblos. Un crimen de lesa humanidad como la esterilización
masiva e inconsulta de mujeres campesinas en Bolivia, se denunció,
por vez primera en el mundo, durante el Festival de Venecia ante más
de 800 corresponsales de la prensa extranjera.
Una película no podía hacer la revolución, ya se
había dicho, pero sí pudo provocar un cambio revolucionario:
los famosos “Cuerpos de paz” norteamericanos, autores de ese
delito de esterilización inconsulta, fueron expulsados de Bolivia
en 1971, luego que sendas comisiones del Congreso y la Universidad, establecieran
que la denuncia de la película Yawar Mallku tenía fundamento.
Las películas militantes del Nuevo Cine Latinoamericano irrumpieron,
en no pocas oportunidades, en los propios circuitos comerciales cuando
las coyunturas políticas se lo permitieron, pero su campo de acción
estaba más bien en la sombra, en la clandestinidad, circulando
en las fábricas, en las universidades, en las distantes comunidades
campesinas. Son conocidas las actividades y el trabajo del Grupo Cine
Liberación en la Argentina, difundiendo La hora de los hornosy
otras películas latinoamericanas comprometidas o prohibidas. En
el Ecuador, millones de campesinos vieron y discutieron ¡Fuera de
Aquí!,película producida en gran parte con el apoyo de las
organizaciones rurales, para denunciar la labor perniciosa de las seudo
sectas religiosas norteamericanas.
Puede decirse que el Nuevo Cine Latinoamericano, en esa su primera fase
combativa y militante, funcionó como un instrumento más
de la lucha liberadora, rescatando para la memoria colectiva de sus pueblos
hechos ocultados, denunciando sucesos y políticas opresivas, reconstruyendo
el imaginario social colectivo, exaltando los valores morales y culturales
propios, reconociendo la presencia protagónica de las masas, explicando
los mecanismos de la opresión interna y externa. Plasmó
en imágenes perdurables, de valor creativo imperecedero, hechos
y sucesos, mitos e historias que no podrán ser olvidados y sobre
los que se podrá reflexionar siempre. Es muy difícil evaluar
el impacto colectivo que este nuevo cine ha producido, pero estoy seguro,
por los numerosos ejemplos que conozco, que su influencia en el crecimiento
político, en lo que se llamó la toma de conciencia de las
masas, en su contribución a fortalecer la autoestima cultural,
ha sido enorme en no pocos de nuestros países.
Cuando hablamos de IDENTIDAD en el nuevo cine que surgía esos años,
hablamos también de la preocupación y experimentación
de un nuevo lenguaje que se diferenciara del lenguaje del cine tradicional
europeo-americano y del cine comercial puro cuyas formas paralizantes,
complacientes y huecas habían deformado el gusto del público.
Sin embargo esa preocupación no estaba impulsada por el afán
de ser diferentes por vanagloria o por sorprender a la crítica,
sino que tenía que ver con la profunda necesidad de corresponder
en ese nuevo lenguaje a nuestras propias culturas y a nuestros propios
modos de ser.
Glauber Rocha, sin duda el más lúcido analista del fenómeno
de la despersonalización cultural, reflexionó mucho sobre
ese fenómeno, junto a sus compañeros del movimiento del
Cinema Novo. Creo que celebró mucho la presencia en Brasil de una
corriente renovadora y poderosa, culturalmente, como lo fue ese movimiento.
Sus críticas que destacaban los valores de ese nuevo cine que rompía
con los cánones y códigos narrativos convencionales, destilaba
también ironía y humor. Recojo un trozo de su análisis
de Fabiano, el protagonista de Vidas secasel maravilloso filme de Nelson
Pereira dos Santos ,en el que nos decía: ” El espectador
sabe que éste es un filme diferente, ha leído en el periódico
que tiene algo de artístico, pero no lo aguanta y protesta : ¡si
al menos hubiese sido el color menos triste!. Un film populista –moldeado
por los códigos del cine gringo – habría mostrado
a Fabiano cantando sus “xaxado” junto al fuego, creando una
subliteratura en torno a un puñado de hierba; al final Fabiano
hubiese matado al soldado-policía y la gruñona sinhá
Vitória estaría también muerta. Fabiano, después
de haber recibido un pedazo de tierra de la reforma agraria, se habría
casado con la bella campesina y plantado su huertecillo junto a la presa
de la Sudene, Organización Estatal para el Saneamiento del Nordeste
del Brasil.”
Paradójicamente en Bolivia, país fronterizo cercano de Brasil
y muy lejano también, los cineastas teníamos un reto inverso,
porque la mayor parte de nuestra población no estaba habituada
al cine comercial, casi no lo conocía y en esos años la
mayor parte de los habitantes de Bolivia vivían en el campo. Los
que teníamos un gran respeto por la cultura andina y conocíamos
su potencial revolucionario – protagonista de grandes cambios históricos
– teníamos un enorme interés en llegar con el cine,
comunicarnos, movilizarlos. Pero nuestro desencuentro provenía
ya no de la aculturación, de la alienación de esas grandes
masas, sino de nuestra propia ignorancia, de nuestra propia aculturización.
Ignorábamos los complejos códigos comunicacionales andinos.
Estábamos formados en la cultura occidental europea y no entendíamos
ni la cosmovisión de esas masas ni entendíamos sus ritmos
internos. Éramos intelectuales citadinos bien intencionados, nada
más. Y fue difícil entenderlo al comienzo, fue muy duro
sentirnos extranjeros en nuestra propia tierra. Después de gravísimos
fracasos frente a ese público que percibía nuestro cine
como una nueva intromisión cultural colonizadora, tuvimos que reaccionar
en proporción a nuestro fracaso y, con humildad, reconocer los
valores y complejidades de una cultura extraordinaria con la que convivíamos
sin conocerla ni comprenderla.
Sería muy largo contarles los pormenores de un aprendizaje obligado
que día a día nos sorprendía y maravillaba. Cuando
entendimos que el tiempo no se podía concebir simplisticamente
como un proceso lineal – nacimiento, desarrollo y final –
sino como un armónico proceso cíclico, circular, en el que
la muerte podía ser también el comienzo y en el que el futuro
no siempre estaba adelante, sino que podía estar atrás y
que no siempre dos y dos son cuatro, estuvimos mejor preparados para buscar
un nuevo lenguaje cinematográfico que correspondiera a la cultura
de nuestro pueblo mayoritario.
Sin embargo, nos ocurrió que, al contrario de lo que muchos suponían,
construyendo un lenguaje coherente con nuestra cultura andina, alcanzamos
inteligibilidad fuera de nuestras fronteras y con el propio público
de nuestras ciudades. Todo esto es muy difícil de exponer adecuadamente,
por las comprensibles limitaciones de tiempo en un seminario y sólo
querría decirles que el desafío de Glauber y de los grandes
cineastas brasileños que lucharon e hicieron un cine con identidad
propia, sigue vigente y tal vez hoy más que nunca, cuando los Idus
de Marzo de la globalización y la voracidad de las transnacionales
quieren volatilizar definitivamente nuestras culturas. Yo creo que una
nueva hora ha llegado para un Nuevo, Nuevo, Nuevo Cine Latinoamericano.
Por Jorge Sanjines, máximo exponente del cine
boliviano.
(Ponencia
escrita para el seminario La influencia del Neorrealismo Italiano en el
cine latinoamericano, organizado por la revista CINEMAIS como parte del
programa del Festival Cinesur de Cine latinoamericano realizado en Rio
de Janeiro en junio del 2002).
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