VIRNA
Y ERNESTO / CINE
LA FUNCION
DEL DOCUMENTAL
por Robert Flaherty
Artículo
del año 1939.
Nunca como hoy el mundo ha tenido
una necesidad mayor de promover la mutua comprensión entre los
pueblos. El camino más rápido, más seguro, para conseguir
este fin, es ofrecer al hombre en general, al llamado hombre de la calle,
la posibilidad de enterarse de los problemas que agobian a sus semejantes.
Una vez que nuestro hombre de la calle haya lanzado una mirada concreta
a las condiciones de vida de sus hermanos de allende las fronteras, a
sus luchas cotidianas por la vida con los fracasos y las victorias que
las acompañan, empezar a darse cuenta tanto de la unidad como de
la variedad de la naturaleza humana, y a comprender que el “extranjero”,
sea cual sea su apariencia externa, no es tan sólo un “extranjero”,
sino un individuo que alimenta sus mismas exigencias y sus mismo deseos,
un individuo en última instancia, digno de simpatía y de
consideración.
El cine resulta particularmente indicado para colaborar en esta gran obra
vital.Indudablemente, las descripciones verbales o escritas son muy instructivas,
y sería absurdo pretender ignorarlo o creer poder prescindir de
ello, desde el momento en que constituyen nuestra piedra angular, pero
en cambio hay que reconocer que son abstractas e indirectas, y que por
tanto no consiguen ponemos en inmediato y estrecho contacto con las personas
y las cosas del mundo tal como puede hacerlo el cine. Además, es
importante recordar que el hombre de la calle no tiene mucho tiempo disponible
para la lectura y que, incluso cuando lee, después de su trabajo,
no tiene la necesaria energía para asimilar las nociones leídas.
En esto reside la gran prerrogativa del cine : en conseguir dejar, gracias
a sus imágenes vivas, una impresión duradera en la mente.
Debido a su misma naturaleza, el documental se halla en condiciones de
aportar una contribución importante, tal vez la más importante
en este sector. El film de espectáculo debe someterse a determinados
imperativos de método que invalidan su autenticidad y ocultan la
realidad : como norma general, debe basarse en un tema romántico
y tiene que obedecer alas exigencias del divismo. Además, las escenas
reconstruidas en los estudios, por muy bien hechas que estén, jamás
reflejan con absoluto verismo los ambientes que pretenden representar.
Estas limitaciones, y algunas más a las que por causas de fuerza
mayor se halla sometido el film de espectáculo, demuestran de forma
indirecta las ventajas del documental.
La finalidad del documental, tal como yo lo entiendo, es representar la
vida bajo la forma en que se vive. Esto no implica en absoluto lo que
algunos podrían creer; a saber, que la función del director
del documental sea filmar, sin ninguna selección, una serie gris
y monótona de hechos. La selección subsiste, y tal vez de
forma más rígida que en los mismos films de espectáculo.
Nadie puede fumar y reproducir, sin discriminación, lo que le pase
por delante, y si alguien fuese lo bastante inconsiderado como para intentarlo,
se encontraría con un conjunto de fragmentos sin continuidad ni
significado, y tampoco podría llamarse film a ese conjunto de tomas.
Una hábil selección, una cuidadosa mezcla de luz y de sombra,
de situaciones dramáticas y cómicas, con una gradual progresión
de la acción de un extremo a otro, son las características
esenciales del documental, como por otra parte pueden serlo de cualquier
forma de arte, Pero no son éstos los elementos que distinguen al
documental de las otras clases de finas; el Punto de divergen a entre
unos y otros estriba en lo siguiente: el documental se rueda en el mismo
lugar que se quiere reproducir, con los individuos del lugar. Así,
cuando lleva a cabo la labor de selección, la realiza sobre material
documental, persiguiendo el fin de narrar la verdad de la forma más
adecuada y no ya disimulándola tras un velo elegante de ficción,
y cuando, como corresponde al ámbito de sus atribuciones, infunde
a la realidad el sentido dramático, dicho sentido surge de la misma
naturaleza y no únicamente del cerebro de un novelista más
o menos ingenioso.
Un ejemplo práctico servirá para aclarar estos conceptos,
es decir, el análisis de un film de espectáculo, para cuyo
análisis no vamos a elegir una producción más bien
floja, sino una de las mejores de su clase: The Good Earth de la Metro
Goldwyn Mayer. Es forzoso reconocer que, desde muchos puntos de vista,
se trata de un excelente film del cual los productores pueden justamente
sentirse orgullosos. Además, ha conseguido en amplia medida reproducir
algunas características esenciales del espíritu chino. Pero
hay una cosa que no nos gusta: se ha considerado necesario confiar a actores
europeos los papeles principales. Y aquí me veo obligado a hacer
una rectificación para evitar cualquier posible equívoco:
he admirado muchísimo la interpretación de Paul Muni y de
Luise Rainer, y considerado que han hecho lo que podían. Pero todo
tiene un límite. Unos actores europeos no pueden vivir papeles
tan distintos de los suyos propios. Desde el principio se encuentran teniendo
que superar la gravisima dificultad dada por su apariencia exterior muy
diferente de la de los personajes que tienen que encamar. Es absurdo pensar
que el maquillaje, en semejantes casos, por muy a fondo que se empleen
todos los recursos del oficio, puede conseguir una transformación
tan total.
Desde luego había chinos inteligentes, con conocimiento de la lengua
inglesa, que habrían sido perfectamente capaces de interpretar
los papeles confiados a actores europeos. Y si el defectuoso conocimiento
de la lengua hubiese presentado alguna dificultad, yo no habría
dudado en proponer que‚ se les enseñase la lengua para que
pudiesen llevar a cabo el trabajo necesario.
La razón por la cual no se han tenido en cuenta consideraciones
de este tipo, es clarisima: en sí mismás no presentaban
ningún inconveniente, pero habrían supuesto eliminar a la
“estrella”, que constituye la base del tradicional sistema
de producción de hoy en día. Al productor normal le resulta
inconcebible trabajar sin una “estrella” y le tiene sin cuidado
el que este sistema levante una gran barrera contra el realismo. En un
mundo ideal, este sistema sería inaceptable para un film de espectáculo,
de la misma forma en que hoy es inaceptable para el documental. Seria
muchísimo mejor, y todos los films saldrían ganando, si
reprodujesen de forma real y completa lo que quieren representar. En este
mundo ideal, y por la misma razón irreal, yo no habría sentido
la necesidad de escribir este artículo, desde el momento en que
la distinción principal entre film de espectáculo y documental
ya no existiría. Evidentemente, el documental tendría su
propia finalidad que alcanzar, pero los principales objetivos de las diferentes
clases de film estarían coordinados y unificados.
Para responder a los conceptos que acabo de exponer, en Nanuk, en El hombre
de Aran y en Sabú, yo y mis colaboradores hemos intentado captar
el espíritu de la realidad que queríamos representar, y
por eso hemos ido, con todas nuestras máquinas, a los tugurios
nativos de los individuos que habíamos elegido -esquimales, isleños
de Aran, hindúes -y hemos hecho de ellos, de sus ambientes y de
los animales que los rodeaban, las “estrellas” de los films
realizados.
En Sabú hay una trama, también interpretada, en parte, por
actores ingleses, pero mi principio sigue estando ahí, tal como
lo he expuesto : las “estrellas” del film son la jungla, los
elefantes y el niño indígena. La trama es muy simple, y
he tenido sumo cuidado en evitar que se superpusiese a la acción.
Como ya he dicho, la trama no estropea nada, lo que sí puede estropear
es la forma en la que sea llevada la misma trama. En cualquier caso, en
Sabú la trama tiene realmente un valor secundario y lo que domina
es el elemento documental.
Estoy firmemente convencido de que lo que nos hace falta es un gran desarrollo
del tipo de film que acabo de describir, en el que estén suficientemente
ilustrados los usos y costumbres de los hombres, sea cual sea el país
y la raza a los que pertenezcan: una producción de esta clase no
sólo presentaría un gran interés por su nota de autenticidad,
sino que además tendría un valor incalculable a efectos
de la mutua comprensión de los pueblos.
por
Robert Flaherty
Artículo
del año 1939.
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