VIRNA
Y ERNESTO / CINE
ESTETICA
DE LA VIOLENCIA
Por
Glauber Rocha
Fundador
del Cinema Novo brasileño. Este artículo es de 1968.
Visto la introducción informativa
que se ha hecho característica en las discusiones sobre América
Latina; prefiero definir el problema de las relaciones entre nuestra cultura
y la cultura civilizada en términos menos limitativos que los que
emplea en su análisis el observador europeo. En realidad mientras
América Latina llora desconsoladamente sobre sus desgarradoras
miserias, el observador extranjero no las percibe como un hecho trágico,
sino como un elemento normal del campo de su encuesta. En los dos casos,
este carácter superficial es fruto de una ilusión que se
deriva de la pasión por la verdad (uno de los m s extraños
mitos terminológicos que se hallan infiltrado en la retórica
latina), cuya función es para nosotros la redención, mientras
que para el extranjero no tiene m s significado que la simple curiosidad,
a nuestro entender, nada m s que un simple ejercicio dialéctico.
De ese modo, ni el latinoamericano comunica su verdadera miseria al hombre
civilizado, ni el hombre civilizado comprende verdaderamente la miserable
grandeza del latinoamericano.
Fundamentalmente en la situación del arte en Brasil puede sintetizarse
de este modo: hasta ahora, una falsa interpretación de la realidad
ha provocado una serie de equívocos que no sólo nos han
limitado al campo artístico, sino que han contaminando sobre todo
el campo político.
El observador europeo se interesa por los problemas de la creación
artística del mundo subdesarrollado en la medida en que estos satisfacen
su nostalgia por el primitivismo: pero ese primitivismo se presenta bajo
una forma híbrida, ya que es heredado del mundo civilizado y mal
comprendido, ya que ha sido impuesto por el condicionamiento colonialista.
Amé‚rica Latina es una colonia; la diferencia entre el colonialismo
de ayer v el de hoy reside solamente en las formas m s refinadas de los
colonizadores actuales. Y mientras tanto, otros colonizadores tratan de
sustituirlos con formas aún m s sutiles v paternalistas.
El problema internacional de América Latina no es más que
una simple cuestión, a saber el cambio de colonizador; por consiguiente
nuestra liberación est siempre en función de una nueva dominación.
El condicionamiento económico nos ha llevado al raquitismo filosófico,
a la impotencia a veces consciente y a veces no: lo que engendra, en el
primer caso la esterilidad, y en el segundo la histeria. De ello se deriva
que nuestro equilibrio, en perspectiva, no puede surgir £e un sistema
orgánico sino m s bien de un esfuerzo titánico autodestructor,
para superar esa impotencia.
Solo en el apogeo de la colonización nos damos cuenta de nuestra
frustración. Si en ese momento el colonizador nos comprende no
es a causa de la claridad de nuestro dialogo, sino a causa del sentido
de lo humano que eventualmente posee. Una vez m s el paternalismo es el
medio utilizado para comprender un lenguaje de l grimas y de mudos dolores.
Por eso, el hambre del latinoamericano no es solamente un síntoma
alarmante de la pobreza social, sino la ausencia de su sociedad. De ese
podemos definir nuestra cultura de hambre. Ah¡ reside la originalidad
practica de nuestro cine con relación al cine mundial; nuestra
originalidad es nuestra hambre, que es también µ nuestra
mayor miseria, resentida pero no comprendida.
Sin embargo nosotros la comprendemos, pues sabemos que su eliminación
no depende de programas técnicamente puros, sino de una cultura
del hambre que al mirar las estructuras, las supera cualitativamente.
Y la m s autentica manifestación cultural del hambre es la violencia.
La mendicidad, tradición surgida de la piedad redentora y colonialista,
ha sido la causa del estancamiento social, de la mistificación
política y de la mentira fanfarrona.
El comportamiento normal de un hambriento es la violencia, pero no la
violencia por primitivismo. Sino que la estética de la violencia,
antes que primitiva es revolucionaria; es el momento en que el colonizador
toma conciencia de la existencia de un colonizado.
A pesar de todo, esta violencia no esta impregnada de odio sino de amor;
se trata incluso de un amor brutal como la violencia misma, porque no
es un amor de complacencia o de contemplación, sino un amor de
acción, de transformación.
Ya se han superado los tiempos en que el nuevo cine necesitaba explicarse
para poder existir; el nuevo cine necesita convertirse en un proceso en
si mismo para darse a comprender mejor, por lo menos en la medida en que
nuestra realidad puede ser comprendida a la luz de un pensamiento que
el hambre no debilite o vuelva delirante.
Por lo tanto, el nuevo cine no puede sino desarrollarse en el marco del
proceso económico-cultural del continente. Por eso, en sus verdaderos
comienzos, no tiene contactos con el cine mundial, salvo en lo concerniente
a sus aspectos técnicos, industriales v artísticos. Nuestro
cine es un cine que se pone en acción en un ambiente político
de hambre, v que padece por lo tanto de las debilidades propias de su
existencia particular.
Por
Glauber Rocha
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