VIRNA Y ERNESTO / CINE

DOCUMENTAL Y CREACIÓN

Durante la segunda semana de febrero de 2009 junto a Virna, fuimos invitados por el Festival de Cine Contemporaneo de la Ciudad de Mexico (FICCO) a exhibir “Corazón de Fábrica“.

Paralelamente a nuestra actividad en el festival FICCO, el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM, nos convocó a realizar una proyección con debate del film. Esto fue coordinado por el documentalista y docente Mario viveros y allí se encontraba su colega Carlos Mendoza, juntos llevan adelante el proyecto del Canal 6 de Julio. A su vez Carlos Mendoza coordina la cátedra de Cine Documental en este centro de estudios cinematográficos, el cual es el mas antiguo de América Latina.

Allí, mientras se proyectaba el film, Mario Viveros nos hizo conocer la obra ensayistica de Carlos Mendoza sobre cine documental editada en el libro “La Invención de la Verdad – Nueve ensayos sobre cine documental” El cuál luego de leerlo, lo recomiendo como lectura de primera línea para la formación y la realización documental desde una perspectiva latinoamericana.

El siguiente texto no corresponde a este libro, sino que es una ponencia sobre un tema que se desarrolla aún más en profundidad dentro de uno de los ensayos que componen esta obra.

PONENCIA: PERIDODISMO, DOCUMENTAL Y CREACIÓN



por Carlos Mendoza


En el principio fue la crónica. El documental cinematográfico tiene sus antecedentes en el trabajo de los viejos cronistas emparentado, como fuente, con la historia y más tarde con el periodismo. En su ADN está presente la misma información genética que aquella que mucho años antes de la invención del cinematógrafo ya corría por la sangre de esos relatores. Sin embargo en el pequeño mundo del documental se mira con desprecio y desconfianza al periodismo y se le suele regatear el lugar de abuelo legítimo que le corresponde.

Uno de los primeros cineastas de no-ficción, ni más ni menos que el que creó el término documental, John Grierson, es un claro ejemplo de ese desprecio, ya que se refiere al periodismo como “categoría menor”, capaz únicamente de describir novedades “en forma original” (1) .

El desaire que, junto a Grierson, suelen hacer la mayor parte de los cineastas de no-ficción al periodismo, está basado en el desconocimiento de la materia y en ciertas pretensiones pedantes que los afectan. Desconocimiento porque existe la creencia de que todo trabajo periodístico es una labor poco creativa que se agota en lo inmediato. Lo de las pretensiones viene a colación porque a los documentalistas les gusta creer que sus películas trascenderán los siglos, cuando lo cierto es que este supuesto suele ser bastante infundado.

Es cierto que al oficio periodístico, especialmente el televisivo, tiende a convertirse en un satisfactor de las exigencias de un mercado que devora día a día datos e imágenes sin reparar demasiado en lo que se mete por la boca. Las empresas dedicadas a la comunicación, los grandes consorcios dedicados a esta actividad, principalmente la radio y la televisión, suelen desdeñar los valores básicos del periodismo y reducir la información a la categoría de mercancía necesaria para tomar parte en la carrera por la disputa del raiting y el poder. Sin embargo, lejos de esta industria eminentemente mercantil, algunos medios de comunicación en todo el mundo aún hacen periodismo con mayúsculas (periodismo escrito, en la mayoría de los casos) lo que significa que trabajan en toda su nobleza los géneros como el reportaje y la crónica, contextualizan y jerarquizan la información de acuerdo a su línea editorial, respetan los géneros periodísticos en su nobleza y también en sus aspectos formales. En esos periódicos es fácil encontrar escritos babosos cuya calidad nada le pide a la buena literatura y tan resistentes al tiempo cuanto el tema y las posibilidades de desarrollarlo lo permitan. El hecho de que un diario sea leído un día y a la mañana siguiente se le utilice para envolver cacahuates no determina la trascendencia de sus contenidos. “Años y años se tuvo a los periódicos y a las revistas como un subproducto de los libros”, reflexiona el periodista Julio Scherer, “cultura de segunda.

Su lenguaje era ligero y su vigencia fugaz. Nada es tan viejo como el diario de ayer, se decía. Hoy los órganos de información y crítica también son libros. Ahí están los Nóbel y los no Nóbel que escriben como reporteros crónicas y reportajes febriles que cautivan”, concluye la cita a don Julio (2) .

Si nos remontamos en el tiempo encontraremos algunos ejemplos de autores que son plenamente aceptados como fuente histórica y que, en la práctica, se desempeñaron como más tarde lo harían los primeros periodistas. ¿Qué otra cosa hicieron, por ejemplo, los cronistas de la conquista de la Nueva España sino tomar día a día notas y apuntes de los sucesos que vivieron para, finalmente, reunirlos en volúmenes que hoy son fuentes históricas imprescindibles? ¿Qué otra cosa son en su origen los escritos de estos narradores sino cuadernos de viajes, tan cercanos a las llamadas “películas de viajes” (3) como fueron denominados trabajos fundacionales del cine documental como Nanook el esquimal o Moana del propio John Grierson?

El trabajo de aquellos cronistas está indudablemente ligado a la esencia del oficio periodístico, pero guarda un notable paralelismo con el quehacer de los primeros cineastas de no-ficción. Además de la evidencia irrefutable que representan los documentales de estos fundadores del género, las propias palabras de estos cineastas los definen —así sea indirectamente— como cronistas de la vida cotidiana.
Por ejemplo, para Grierson su film Loana es “una suma visual de acontecimientos de la vida cotidiana de un joven polinesio y su familia” que, no obstante,” tiene valor documental” (4) .

Si Grierson acepta haberse basado en la “vida cotidiana” para realizar su trabajo en acontecimientos a los que concede “valor documental’, no se explica por qué haya sido tan refractario a emparentar su propio trabajo con el periodismo: podía haber aceptado que lo que hacía era muy semejante a lo que habían hecho ciertos reporteros motivados por una vocación muy parecida a la de los primeros documentalistas.
El hábito no hace al monje, ni el género al creador. Una obra literaria no es necesariamente más trascendente, más creativa ni más universal que un buen trabajo periodístico de fondo. La línea divisoria entre los géneros es, en ocasiones, imperceptible, no así los atributos profundos de cualquier trabajo.

Diez días que conmovieron al mundo y México insurgente, de John Reed, son una crónica de la Revolución Soviética y un reportaje acerca de la Revolución Mexicana, respectivamente. Ambos trabajos son extensos y extraordinarios, y están presentados bajo la forma de libros que han trascendido el tiempo, como lo han trascendido también El emperador y La guerra del futbol de Ryszard Kapuscinsky, y La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska por citar sólo algunos ejemplos. El trabajo periodístico, pues, no está condenado a envolver cacahuates. No es necesariamente fugaz ni necesariamente menor.

No obstante, Robert Edmonds, otro autor teórico-práctico del cine de no-ficción, prefirió evitar referirse directamente al indeseable parentesco del documental con el periodismo e intentó explicar y establecer los lazos de sangre de aquél con la antropología: “Estamos de acuerdo en que el tema de los filmes documentales son las variadas relaciones de toda la humanidad…”, afirma Edmonds mostrándonos el camino, para luego agregar “Estamos de acuerdo en que el término que agrupa a todos estos temas es la antropología” (5) .

La definición que el señor Edmonds hace de antropología es insuficiente y en su vaguedad podría aplicarse a otras disciplinas como la sociología o la historia, por ejemplo. Sin embargo, Edmonds intenta profundizar en su tesis y acaba por debilitarla cuando pone como ejemplo de “film documental totalmente antropológico” a la película Las Hurdes, tierra sin pan de Luis Buñuel, ya que el propio Buñuel, al inicio de esa trabajo, incluye una nota introductoria en la que lo define como “ensayo de geografía humana”. De momento haremos a un lado la muy discutible categoría de “geografía humana”, para destacar que el guionista y realizador de Las Hurdes se haya remitido a un género periodístico, el ensayo, con el fin de caracterizar su propio trabajo. El tácito reconocimiento que hace el cineasta aragonés del vínculo entre su documental Tierra sin pan y un género periodístico determinado es una confesión de parte que refleja la innegable consanguinidad de que hemos hablado.

Aparentemente, lo que sucede con las definiciones de Edmonds, como pasa con otros autores que han reflexionado acerca de la naturaleza del documental, es que confunden método con temática, y confunden también la esencia del cine de no-ficción con Los diversos objetivos que ha perseguido a lo largo de su historia. Así, del mismo modo que el autor que ahora nos ocupa define al género como antropología filmada, otros documentalistas lo han definido en distintos contextos como etnografía, arma de liberación, propaganda y otros más.

Pero como es costumbre, la regla tiene excepción, y tal excepción está representada por el cineasta inglés Basil Wright, quien afirma del documental que “simplemente es un método para acercarse a la información pública” (7) .

Esta definición tan escueta como insuficiente equipara sin embargo al cine de no-ficción con el periodismo al que también se le podría definir como “un método para acercarse a la información pública”, así, sin mayores pretensiones.

Tenemos pues que en materia de linaje hay pocas dudas: en el principio fue la crónica, después el reportaje y más tarde, en 1897, con la invención del cinematógrafo, esa ramificación que hoy conocemos como cine documental, cuya primera piedra fue colocada el día que los hermanos Lumière filmaron la salida de los obreros de su propia fábrica al final de una jornada de trabajo.

En materia de método y géneros las afinidades entre documental y periodismo son también innegables. El proceso de elaboración de un reportaje o una crónica es análogo al que —conscientemente o no— han seguido infinidad de documentalistas al emprender el proceso de producción de muchos de sus trabajos. Por otra parte, la inmensa mayoría de las narraciones fílmicas de no-ficción se remiten de modo más o menos abierto a los tres géneros periodísticos mayormente invocados desde el documental, a saber, la crónica, el reportaje y el ensayo.

Por citar tan sólo tres ejemplos conocidos, cabe preguntarse si el documental Ser y tener, del francés Nicolas Philibert, es o no una crónica; si Vidrio, del holandés Bert Haanstra, no guarda una relación muy próxima con el ensayo, o si Fharenheit 9/11, del estadounidense Michael Moore, no es en esencia un largo reportaje.

Para apretar un poco más el lazo que ata al cine documental con el periodismo, podemos recordar que algunos documentales contienen en sus títulos la palabra “crónica”, entre ellos uno de los filmes más relevantes del cine contemporáneo de no- ficción, el titulado Crónica de un verano, del también francés Jean Rouch. Más claro no puede estar: a nueva confesión de parte, de nuevo, relevo de prueba.

No obstante, si bien es necesario establecer las conexiones que existen entre el periodismo y el cine documental, también lo es establecer, así sea brevemente, las diferencias que los separan, es decir, tratar de explicarnos por qué el documental es algo específico y no es, simplemente, periodismo filmado.

Ningún nieto es un clon de su abuelo. El cine documental no es una forma más de hacer periodismo ni surgió de éste como una matrioshka rusa sale del interior de otra mayor. Para intentar emprender una reflexión inicial acerca de la especificidad del documental fílmico es preciso reparar en aquellas cualidades que hacen de él una disciplina singular, con naturaleza propia.

En primer lugar, hay que decir que el cine de no-ficción se expresa a través de un lenguaje propio: el lenguaje cinematográfico, que comparte con el cine de ficción y que ambos heredaron, con sus más y sus menos, a su hija tonta que es la televisión. El documental se expresa a través del lenguaje cinematográfico y éste es dueño de un código, de reglas y de una evolución propios.

Son atributos exclusivos del cine documental los recursos del cine imperfecto, o sea, el conjunto de procedimientos que se emplean para rescatar escenas defectuosas (en imagen, en sonido o en ambos) que, no obstante, tienen el suficiente valor documental para ser incluidas en una película y mostradas al espectador. Así, la utilización de una filmación de baja calidad técnica, sea por su soporte, condiciones de iluminación o por deficiencias en la operación del camarógrafo; la subtitulación de diálogos o testimonios cuya grabación original es casi inaudible; la ampliación de un área de un fotograma; la alteración de la velocidad de una toma o su congelación, etcétera, son recursos específicos del documental.

Por otra parte el uso de la cámara en mano que si bien es — probablemente— un recurso utilizado por primera vez en una película de ficción (Metrópolis, de Fritz Lang, 1926) con un propósito de expresión dramática, también es cierto que se trata de un procedimiento del que el documental se apropió ya sea con fines expresivos o como consecuencia de su frecuente necesidad de aligerar y reducir los equipos de trabajo.

Si bien es cierto que podemos encontrar diversas definiciones del método de trabajo de los documentalistas, también lo es que generalmente estos aceptan que la improvisación, como alteración de un plan de trabajo previamente elaborado o como método fundamental del rodaje, es una libertad que se suelen tomar en una proporción mucho mayor a la que suele haber en los rodajes de ficción.

Otro recurso específico de los filmes de no-ficción es la entrevista. Si bien se trata de un género clásico del periodismo, la entrevista como procedimiento propio del documental ha sido convertida en un recurso absolutamente original al agregar información visual a los valores testimoniales o de opinión que ya tenía en su forma periodística tradicional.

Otras características determinadas del cine de no-ficción son el uso con fines documentales de imágenes de archivo y de imagen estática como las fotografías, los escritos, periódicos o mapas, así como el uso de la animación y otros recursos gráficos.
Esta media docena de rasgos derivados del método de trabajo del documental, de sus necesidades narrativas y de su expresión lo convierten en una disciplina con naturaleza propia que se nutre significativamente del periodismo, pero también de otras fuentes y que como cualquier individuo, muy mal haría en renegar de sus ancestros.

Concluyo con un apunte: es frecuente, en el medio académico y en el naciente ámbito de los festivales (esa plaga de eventos creados para que los documentalistas dejen de buscar al espectador común y corriente), escuchar alusiones peyorativas al indeseado parentesco del cine documental con el periodismo. Así, el término “reportaje” suele emplearse para definir a un tipo de documental pobre que no contiene ninguna propuesta temática ni estética de interés; del mismo modo que la imberbe categoría “documental de creación” es utilizada para distinguir aquellos filmes que se alejan de la despreciable relación con lo periodístico y que, se infiere, en lugar de tener que ver con la tarea de informar u opinar, supone que se tutea con la plástica, la poesía y, por supuesto, con la posteridad, dando por descontado que el reportaje o la crónica tienen cerrado el paso que conduce a lo artístico.

Quien supone que periodismo y creación están reñidos es porque tiene un entendimiento muy pobre de los alcances del periodismo y al mismo tiempo una noción sobredimensionada del proceso de creación.

Es paradójico que el relativo auge que hoy vive el documental esté siendo utilizado para conducirlo a ese territorio en donde son exaltados los valores del cine de ficción, precisamente los mismos que han marginado al documental durante décadas. Esa paradoja se repite en el círculo de Los festivales, la critica, Las distribuidoras y la burocracia cultural, donde el documental es medido con la vara que se usa para los filmes de ficción y con ella se crean categorías interesadamente falsas, como la ya mencionada y peyorativa “reportaje”, o la también desdeñosa “documental para televisión” o la muy elogiosa “documental de creación”. Los apellidos que hoy se imponen a los filmes de no-ficción de acuerdo a temáticas y enfoques están poco sustentados y privilegian las vagas cualidades de aquellas películas en las que el realizador es el centro del documental, y ya encarrerados en crear un star system documentalero desdeñan todo lo que tenga que ver con la tarea, aún noble tarea, de abordar temas de interés público con rigor, eficacia y con las pretensiones subordinadas a las exigencias del asunto que se aborde. Esa es la esencia del documental, y ahí está otra de las herencias que el periodismo con mayúsculas le legó y que, por supuesto, no está reñida con la creación ni con la poesía ni con la plástica pero mas allá de eso lo define como un oficio, al igual que su ancestro, que no es para cínicos. El asunto, en todo caso, está en dejar que la producción de documentales fluya y se multiplique. Por ese camino, libre de etiquetas y de genialidades predeterminadas, cada película y cada realizador terminaran por ocupar el lugar que corresponde. En todo caso, al tiempo; en todo caso, como decía Antonio Machado, que no fue documentalista, “el arte es largo y además no importa”.

Notas
1- Meram Barsam, Richard, Principios del cine documental, México,
CUEC,UNAM, 1975. pág. 68.
2- Scherer García, .Julio, “Discurso en la Universidad de Guadalajara”,
2-8 de noviembre de 2005, en Proceso, núm. 1518, 4 de Diciembre
de 2005, pág. 8.
3- Meram Barsam Richard. Op. cit., p. 96.
4- Meram Barsam, Richard.Op. cit., p. 9.
5- Meram Barsam Richard. Op, cit., cine., p. 57.
6- Meram Barsam Richard. Op, cit., p. 62.
7- Wright, Basil, “Documentary To-day”, en Penguin Film Review, enero
de 1947, pág. 38.

por Carlos Mendoza