VIRNA
Y ERNESTO / CINE
RAYMUNDO,
de Ardito y Molina
por
Marta Casale, Universidad de Buenos Aires
EL CINE QUE ELIGE ESTAR AFUERA
Raymundo
es el primer largometraje de Ernesto Ardito y Virna Molina, jóvenes
realizadores egresados de la Escuela de Cine de Avellaneda. Dedicado a
Raymundo Gleyzer, una de las figuras claves del cine “de intervención
política” que floreció a fines de los sesenta y principios
de los setenta, la película se inscribe en la misma línea
de ese cine militante que intenta investigar y revelar. El resultado es
un documental de 127 minutos que no pretende echar una mirada desapasionada
sobre el personaje sino comprometerse con el hombre y su lucha, una lucha
que lo trasciende. Por eso, los directores (también guionistas
y productores) eligen comenzar su film con un relato sobre la Conquista
española y finalizarlo con escenas de la movilización popular
que, a principios del 2002, integró a diferentes clases sociales
en el movimiento más numeroso y con mayor voluntad de cambio de
los últimos años.
Raymundo
es, por lo tanto, mucho más que una biografía, es la recuperación
de los ideales de “toda una generación de cineastas revolucionarios”
(1). Es el cine militante visto por directores militantes, parte de un
fenómeno más amplio que se viene dando desde fines de los
noventa a través de distintas organizaciones de base que volvieron
a encontrar en el cine un arma, una herramienta para el cambio social,
a la vez que un canal para la “contrainformación” (2).
El resultado es, entonces, una obra sumamente valiosa en muchos sentidos.
Como proyecto de investigación, desde el punto de vista histórico,
en tanto que es fruto de una búsqueda seria y exhaustiva que involucró
a toda la familia del cineasta y, sobre todo, a Susana Sapire, viuda de
Raymundo, que se sumó al equipo como productora asociada. La tarea
contó, además, con el insustituible aporte de cineastas
que compartieron con Gleyzer la misma vocación militante, aunque
a veces los hayan separado diferencias ideológicas. El trabajo
minucioso recuperó no sólo cientos de fotos, archivos, notas,
cartas y la filmografía completa del director desaparecido en 1976
por la dictadura militar, sino también una parte importante de
nuestra historia nacional, tal vez no del todo conocida para las nuevas
generaciones. “Cada paso en la vida de Raymundo fue registrado,
cada zona de la historia argentina en donde nos habían apagado
la luz, fue iluminada”, sintetizan los realizadores (ver Sitio oficial:
“Motivación”).
El film rescata, además, una manera de hacer cine: la de Gleyzer.
Su realización misma, más allá del resultado, de
su producto, es un homenaje y una continuación; un llamamiento
al compromiso y la coherencia entre obra y modo de vida.
Sin embargo, más allá de cualquier otro mérito, es
la elección estética lo que hace al film absolutamente impactante.
Al verlo, uno no puede dejar de pensar en el trabajo de Santiago Álvarez
en Cuba desde comienzos de los sesenta. El recurso del collage, el uso
de la animación, la vocación didáctica y el tratamiento
de la banda sonora como un elemento significativo independiente, nos hacen
recordar al cineasta que desde el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria
Cinematográficos) revolucionó para siempre la manera de
hacer cine documental.
A pesar de que Ardito y Molina prefieren no hablar de una influencia directa
del realizador cubano (3), su film lo cita en múltiples y extensos
pasajes, honrándolo con algunas imágenes de sus cortos,
como la simbólica flor que se abre en “79 primaveras”.
Por su parte, Susana Sapire en la extensa entrevista que forma parte del
film, hace explícita la productividad de Álvarez en Raymundo
Gleyzer, contando cómo lo había impresionado tomar contacto
con su obra. Ambos compartían, además, una misma posición
en cuanto al cine y la militancia: eran primordialmente políticos.
“Soy antes que nada un agitador político; recién después
soy cineasta”, precisaba Santiago Álvarez en una entrevista
en 1969 (4). Esta subordinación era clara también en Gleyzer
y así lo manifiesta el film de Ardito y Molina mostrando hasta
qué punto Raymundo comprometía su propia integridad física
desafiando los peligros que implicaba -implica e implicará, en
esta parte del mundo- poner al descubierto la violencia y el hambre que
van dejando a su paso los distintos gobiernos en Latinoamérica.
“Un hombre o un niño que se muera de hambre o de enfermedad
en nuestros días no puede ser un espectáculo que nos haga
esperar a que mañana o pasado mañana el hambre y la enfermedad
desaparezcan por gravitación. En este caso inercia es complicidad;
conformismo es incidencia con el crimen. De ahí que la angustia,
la desesperación, la ansiedad, sean resortes inherentes a toda
motivación de cualquier cineasta del Tercer Mundo”, declaraba
Santiago Álvarez en 1968 (5).
Junto a la obra de Santiago Álvarez, aparecen en el film de Ardito
y Molina la de muchos otros cineastas empeñados en la misma causa.
Son especialmente citados los films de Birri (Tire Dié), Dolly
Pussi (Pescadores), Solanas y Getino (La Hora de los Hornos), Nemesio
Juárez (El rol del ejército), Enrique Juárez (Ya
es tiempo de violencia), Mario Handler (Me gustan los estudiantes) y el
Grupo de Realizadores de Mayo (Argentina, mayo de 1969: Los caminos de
la liberación argentina).
Raymundo Gleyzer
“Me llamo Raymundo Gleyzer. Soy un cineasta argentino y hago films
desde 1963. He filmado quince: todos tratan sobre la situación
social y política de América Latina. Trato de mostrar que
no hay más que un medio de realizar cambios estructurales en nuestro
continente: la revolución socialista”, con estas palabras
de Gleyzer, en la voz de su hijo Diego, comienza la película de
Ardito y Molina. Luego, una serie de fotografías de Raymundo con
sus ribetes dentados dibujados. Enseguida, escenas de la Conquista española
en 1492 contada sobre bellas y expresivas ilustraciones.
Desde el comienzo, el film muestra la diversidad de sus recursos: la foto
fija, el dibujo, el cartel, las notas gráficas, los fragmentos
de noticieros y films, la reconstrucción histórica, todo
suma para formar un enorme y heterogéneo rompecabezas. Desde el
inicio, también, la banda sonora tiene un tratamiento especial:
como en la obra de Álvarez, se la trabaja con independencia de
la imagen a la que, a veces acompaña, pero también contradice
o comenta. No se trata sólo de la palabra o la música sino,
fundamentalmente, de los sonidos que subrayan una situación, le
dan sentido, acentúan un efecto. Así, bajo las pinturas
de la invasión española sobresale el ruido de los caballos
o, menos audible pero igualmente reconocible, el llanto. Un ladrido se
recorta nítido sobre el paisaje nevado y desierto de las Malvinas.
La música de la marcha peronista, en una versión absolutamente
despojada, se escucha bajito mientras una mujer relata su encuentro con
Evita. Hay cierta ironía en el contraste entre lo que dice la campesina
y la letra (suprimida en la versión elegida) de la canción,
y no es casual. Tampoco lo es que en las manifestaciones el único
sonido claramente distinguible sea el de los disparos.
Las entrevistas a su familia, compañeros y colegas tampoco tienen
un tratamiento tradicional. Los primerísimos planos de los entrevistados,
a veces, llegan mucho más tarde que sus voces, cuando sus testimonios
hace rato que ya se han dejado oír bajo las imágenes que
intentan devolvernos el recuerdo, ya sea un trozo de la vida de Raymundo
o de los sucesos nacionales que, de alguna manera, lo explican.
Entre todos ellos Diego, su hijo, tiene un papel relevante. Es él
quien pone su voz a los textos de su padre; es su mirada la que, de algún
modo, intentan rescatar los realizadores, no sólo porque nos muestra
un costado diferente del cineasta desaparecido sino porque su perspectiva
de los hechos coincide con la de los directores a cuya generación
pertenece. Desde su nacimiento, Diego niño se convierte en eje
del relato. A partir de allí, su imagen y su voz son recurrentes.
Es curioso constatar cuán breve es su aparición como adulto
en comparación con las fotos, videos y grabaciones de cuando era
chico.
Nada es azaroso en la obra de Ardito y Molina, no en vano es el resultado
de más de cuatro años de investigación, no sólo
histórica sino, también, estética. El film persigue
el compromiso y la verdad pero en el camino encuentra una indiscutible
belleza. Explora, prueba, se repite si el material es escaso, busca conmovernos
restituyendo la persona completa: el padre, el compañero, el hombre
del otro lado de la cámara. Intenta, además, devolvernos
una época: la de los ideales y la militancia. “Yo laburo
día a día para construir a partir del cine otra mirada,
que es la que se buscaba en los 70”, explica Ernesto Ardito, nacido
apenas iniciada la década, en 1972 (verEntrevista).
Raymundo ha sido producido gracias a una suma de aportes de distinta procedencia,
algunos de los cuales fueron becas ganadas en el exterior por concurso.
La venta de copias del film fue otra forma de generar ingresos una vez
que estuvo terminado. No se estrenó en el circuito comercial, fundamentalmente,
porque el documental no tiene el público masivo que exigen esas
salas, pero tampoco era ese el interés primordial de Ardito y Molina,
quienes deseaban que su trabajo fuera visto por las bases.
Raymundo fue merecedora de dieciséis premios internacionales e
invitada a más de cincuenta festivales, pero además, se
realizaron proyecciones en fábricas y asambleas y se cumplió
un amplio recorrido por todo el país, aliándose, en muchos
casos, con luchas populares semejantes a las que muestra el film.
Para los realizadores, lo importante era llegar a la mayor cantidad de
gente posible, pero conservando intactos sus principios. Por eso su segundo
film, Corazón de fábrica, no buscó ayuda oficial
de ningún tipo.
“No pedimos nada primero por una cuestión lógica.
Y es que si uno hace una película en contra del sistema no se puede
ir a pedirle plata al Estado. Pero a veces el sistema permite esa contradicción.
Igual, al trabajar con un presupuesto tan bajo y no tener un productor,
no entrábamos dentro de los requisitos del INCAA [Instituto Nacional
de Cinematografía], que exige un productor que te represente. Y
nosotros, no quisimos tener la figura de un representante para que no
nos condicione lo que estábamos haciendo. Elegimos trabajar por
fuera para poder tener el control total del producto”, explica Ernesto
Ardito (ver Artículo).
Este nuevo trabajo de la pareja procura reflejar la epopeya de los trabajadores
de la empresa de cerámicos Zanón de Neuquén, quienes
tras ser desalojados de la fábrica iniciaron una larga y ardua
lucha por mantener la fuente de trabajo y continuar la producción.
Hoy día, sus 470 obreros organizados horizontalmente, sin jefes
ni patrones, cobrando todos un mismo sueldo y tomando sus decisiones en
asamblea, son un ejemplo para muchos otros que creen que esa posibilidad
es absolutamente impracticable.
Corazón de fábrica fue financiada íntegramente por
sus realizadores, pero quedó detenida en postproducción
por falta de fondos. Firmes en sus convicciones, Ardito y Molina -pareja
desde hace muchos años y padres de dos niñas- salieron en
busca de dinero para concluir su proyecto vendiendo copias de su film
aún inconcluso. Esta inusual metodología buscó no
sólo conservar la independencia de los directores sino también
comprometer al público con la obra desde su misma gestación.
Como Raymundo, esta nueva película de la dupla pretende ser, más
que una obra de arte, un acto de militancia, el ejercicio de un cine distinto
que elige estar afuera para poder ser fiel a sí mismo.
Una larga lista de premios rubrica los méritos formales del documental
sobre Gleyzer, sus intenciones tal vez puedan ser resumidas con la simple
frase con que el cineasta sudafricano Radaman Suleman justificó
su film Carta de amor zulú: “Mi propósito fue que
a partir de ahora, nadie pueda decir ‘yo no sabía’”.
Ficha técnica:
Raymundo
Dirección: Ernesto Ardito y Virna Molina
Guión, edición y sonido: Ernesto Ardito y Virna Molina
Producción e investigación: Ernesto Ardito
Animación y Gráfica: Virna Molina
Productores: Ernesto Ardito y Virna Molina
Productor Asociado: Juana Sapire
Género: Documental biográfico y político
País de origen: Argentina
Año: Noviembre 2002
Duración: 127’ – Digital Betacam – Color
Notas:
1. Slogan con que se promociona el film. Volver
2. El objetivo es dar a conocer la contracara de la noticia que se instala
en los medios: lo que se calla, lo que no interesa porque no vende, lo
que no conviene que se sepa porque lleva a cuestionamientos. Volver
3. Declaraciones hechas en la Facultad de Filosofía y Letras el
4 de noviembre de 2006 a propósito de la exhibición del
film Raymundo. Volver
4. Mario Jacob, 1969. Soy un animal politicón. Entrevista exclusiva
a Santiago Álvarez, en V.V.A.A., 1988. Hojas de cine. Testimonios
y documentos del Nuevo Cine Latinoamericano. México: Colección
Cultura Universitaria. Secretaría de Educación Pública,
Universidad Autónoma Metropolitana, Fundación Mexicana de
Cineastas: 79. Volver
5.
Santiago Álvarez, 1968. Arte y Compromiso, en V.V.A.A. 1988, id.:
35. Volver
por
Marta Casale |